UNA MUJER EN BICICLETA

Alma Angelina Gutiérrez Millán

Nací en un pueblo bicicletero y, si bien, la primera bicicleta infantil que llegó a casa no fue para mi – yo era la niña de la familia y “esas cosas eran para los niños”– sí fue en ella en la que hice mis primeros pininos en dos ruedas.

A pesar de no contar con hermanas (sólo tres hermanos), sí tuve la sororidad de quien fue mi segunda gran amiga y a ella le agradezco el empujón reglamentario de ¡vamos, sí puedes! Y allá voy como pude hasta que logré mantener el equilibrio; de esto les hablo cuando tenía como unos nueve años de edad.

Al tiempo, convencí a mi padre de tener mi propia bicicleta y llegó una navidad, tal y como debía ser, imagínense, color rosita, obvio, con flores y su respectiva canastita delantera.

Ya en la secundaria, con la adolescencia desenfrenada a todo lo que daba, tuve el atrevimiento de pedirle prestada su “choper” a un compañero que la llevaba a la escuela y resurgió el amor en mi… por la bicicleta y ese enorme gusto con aire de libertad que te da el sentir que eres dueña del espacio por el que te mueves.


El tiempo pasó, llegó la preparatoria y el tomar la decisión de salir del terruño hacia los estudios universitarios en medio de los cuales también tomaríamos otra muy importante decisión… la de contraer matrimonio con quien llegaría a ser mi compañero de vida y padre de mis queridas hijas, adoradas de mi corazón.

De mi padre tuve grandes enseñanzas, él iba y venía a su trabajo en bicicleta y en varias ocasiones le vi llegar tan triste y desolado platicando cómo al salir de sus labores para dirigirse a casa… no encontraba su vehículo, ese que con sacrificios compraba. Pero verle en su bicicleta siempre lo engrandeció ante mis ojos infantiles al grado que cuando me preguntó en uno de sus viajes “al otro lado” (a USA) y estando yo ya casada qué quería que me trajera, sin pensarlo le dije: una bicicleta. Y así lo hizo. Les confieso que hasta hace poco me pregunté cómo la transportó pero en aquel momento no vi nada más que el brillante y hermoso color rojo de mi flamante bici. Poco me duró el gusto, también me la robaron.

Y, de nuevo hace algunos años, llega una hermosa bicicleta rosa a casa, esta vez adquirida por mi hija menor, quien muy campante me dice “me uní a un grupo de mujeres que pasearemos por las calles de Hermosillo los fines de semana”. Ni bien terminaba la última frase cuando el “Jesús mío” estaba en mi boca de madre angustiada junto con el “qué te volviste loca muchacha” y entonces, inteligente como es, me dijo, ven conmigo para que veas que no pasa nada o tal vez creyendo que no lo haría y he aquí que estoy celebrando mis diez años de ciclista urbana, moviéndome por las calles en bicicleta, como mi medio de transporte.

MOVILIDAD Y GÉNERO

En estos años, he aprendido que no basta con “saber andar en bicicleta”, es necesario además tener el conocimiento de cómo fluye el tráfico, el orden de los semáforos, escuchar e interpretar el sonido del motor de los autos, camiones y motos, saber “leer” la señalética, hacer contacto visual; en fin tantas y tantas cosas que han hecho de mi una bici activista, luchando por los derechos de las personas en bicicleta, actividad que me ha llevado a hacer presencia en foros, talleres, tomar cursos pero también capacitarme como conferencista en el tema de la Movilidad Segura con Enfoque de Género y aprender que en el pedir está el dar -lo que me enseñó mi inolvidable madre-, enseñanza que aplico para solicitar infraestructura segura, incluyente, accesible, eficiente, sostenible, y de calidad, en aras de conseguir que Hermosillo, donde vive mi familia consanguínea y mi familia de la comunidad ciclista, sea una ciudad humana, que ponga en el centro a las personas, amable con el medio ambiente, sustentable y libre del patriarcarro. ¿Ilusa?, tal vez.

Esa soy yo, una MUJER EN BICI por las calles de Hermosillo.


Pre-loader