A salto de mata. Los agaves en la vida y la historia de los guarijíos de Sonora

JESÚS ARMANDO HARO

Investigador del Colegio de Sonora

Los agaves son una de las plantas más características del hábitat guarijío en Sonora. A lo largo de la cuenca del Río Mayo conforman un grupo de distintas especies vegetales que han sido utilizadas prácticamente en su totalidad desde tiempos muy antiguos. Los guarijíos les llaman genéricamente mahí a todos aquellos magueyes de corazón comestible. En su historia oral todavía quedan quienes recuerdan, por vida propia o relatos de sus tatitas, que la tatema del mahí les ha salvado en diversas ocasiones de no morirse de hambre, ya sea porque no hubo otro alimento disponible en años de seca o por andar a “salto de mata”, es decir huyendo del asalto de los yoris, como ha sido la constante en su trayectoria histórica. Y es que el maguey comestible lo puedes estar comiendo en 48 horas, es un alimento dulce y fibroso, además de sabroso. “El problema es que no se da dondequiera”, nos decía Don Isidro Rodríguez, allá en Bavíacora, “donde aún hay, pero casi ya pocos, porque la gente se los acaba y tardan mucho en crecer”.

En la trayectoria de este pueblo, también conocido en Sonora como makurawe, los magueyes han sido de uno de los recursos del monte que han sido claves en su existencia como un grupo étnico que aún conserva su propia lengua, cultura y linaje, en una historia marcada por el despojo territorial y la diáspora, que comenzó por la ambición minera de la plata en el siglo XVII, cuando se diezmó la unidad de este pueblo por la acción militar de los ambiciosos españoles. Para los que lograron escapar entonces, la tatema del maguey fue uno de los pocos recursos disponibles para alimentarse en su huida.

LOS GUARIJÍOS Y EL AGAVE

Aunque quedan muchos enigmas en la historia makurawe, pero por las crónicas misionales sabemos que parte del grupo fue desplazado por la fuerza para ser reducido en los pueblos sinaloenses de Vaca y Toro, hoy bajo las aguas de la presa Luis Donaldo Colosio. Mismas que arecen más tarde, en la construcción de la Misión de Conicarit, también enterrada actualmente en el vaso de otra presa, la del Mocúzarit. Aún se cuenta que de esos lares algunos vinieron a hacer la Misión de Macoyahui, de donde podría derivar el nombre de makurawes –mote con el que se les comenzó a nombrar para diferenciarse de los de la sierra-: los que lograron escapar o nunca fueron reducidos. Hoy son los llamados guarijíos de Chihuahua, que habitan en varios municipios serranos. Otros pudieran ser los guarijíos de Bavícora, quienes hablan un dialecto serrano, mucho más parecido al de Chihuahua.

En la década de 1930, cuando oficialmente en México se desconocía de la existencia de los guarijíos, un joven con estudios de biología, de nombre Howard Scott Gentry, llegó al Río Mayo para recolectar especímenes paleontológicos y vegetales, mismos que enviaba a Museos de Estados Unidos para lograr costear sus viajes. Sus resultados fueron asombrosos. No solo describió el ecosistema de la selva baja caducifolia y efectuó el primer recuento sistemático de la flora del Río Mayo en toda la cuenca, sino que escribió el primer reporte etnográfico de los guarijíos de Sonora y Chihuahua. Posteriormente, se convirtió en la principal autoridad sobre los agaves a nivel mundial.

LECHUGUILLA Y BACANORA

Partiendo del registro de Gentry se han identificado 17 distintas especies de la familia Asparagaceae, a la que pertenecen los agaves, 13 son magueyes de la subfamilia Agavoideae, el resto son sotoles (Nolinaceae). Son especies monocárpicas, que mueren cuando florean, al final de la década que suelen vivir. En su reproducción es fundamental la polinización que realizan murciélagos y colibríes. La especie Agave angustifolia, el mezcal bacanora, es la que más abunda en Sonora y también en la región guarijía, donde le llaman ku’uri mají, muy relevante porque sirve para elaborar mezcal tipo lechuguilla muy apreciada regionalmente.

Pero, los destilados nunca fueron especialidad guarijía, sino más bien instrumentos que los yoris aprovecharon para esclavizarlos en sus asentamientos en los municipios de Álamos y Quiriego, donde los encontraron viviendo, sembrando y pescando cuando invadieron estas tierras en el siglo XVIII. Así permanecieron hasta entrado el siglo XX, cuando un etnólogo amateur canadiense, Edmond Faubert, hizo saber al gobierno mexicano de su existencia. Coincidió con la llegada poco antes de la Liga 23 de Septiembre a la región, comenzando la reivindicación de los guarijíos por el reconocimiento de su territorio, que se logró en 1981 con la dotación de dos ejidos. En 2001 con la conformación de una sociedad de producción rural con terrenos propios. El maguey fue nuevamente importante para los líderes de entonces, que, acompañando a los guerrilleros, tuvieron que enfrentar la persecución por la sierra.

USOS DEL MAGUEY

En tierras guarijía hay hasta nueve distintos magueyes comestibles. Se comen en tatema de pencas, o en fritura de tallos y flores del quiote. Para preparar la tatema hay que esperar a que la planta intente enviar un quiote (tallo floreciente) para cortar la “cabeza” cerca de la base y ponerla a asar en un hoyo donde se han puesto antes piedras al rojo vivo. Se entierra por 48 horas. La cabeza se coloca directamente sobre las piedras calientes y se cubre con una manta liviana, que puede ser de cogollos de palma, luego ya con tierra. Después sacar la cabeza se deja enfriar y está lista. El quiote y la flor son un manjar exquisito, igual como se documenta en otros lugares, donde se preparan de distintos modos, desde cocidos con azúcar como hacen algunos guarijíos con las flores, hasta la tostada del quiote y las flores en piedras calientes, sin cubrir, como lo hacen los mayos.

Algunos agaves tienen usos medicinales. Entre los guarijíos se ha registrado el uso de la savia y las hojas calientes como cataplasmas en golpes y heridas, aprovechando sus virtudes antiinflamatorias. En otras tradiciones medicinales mexicanas se toma un té de las pencas como tratamiento para diarrea, disentería, estreñimiento, indigestión, flatulencia e ictericia.

Las fibras de los magueyes y las yucas se aprovechan también para elaborar cordelería, mecates y diversas artesanías, como las angarillas que también ocupan palos de guásima (Guazuma ulmifolia). Los guarijíos de antaño las usaban para cazar venado mediante la elaboración de una ingeniosa trampa conocida como “cimbra”. Como me platicó Don Isidro Rodríguez, se necesita la fibra de varios magueyes para poder elaborar primeramente la cuerda con la que se armará la trampa, con la ayuda de unos palos ligeros, que pueden ser los del palo verde (Parkinsonia aculeata), con la idea de que al pisar el venado y que, al hacer tantito esfuerzo, haga que por su propio peso se cierre el nudo sobre la pata y lo suba por encima de la rama de un árbol donde se ancla. Pero, esto ya nada más es recuerdo, “…ya nadie practica la cimbra, nomás se usa la venadeada con tiros”.

EMPRENDER LA HUÍDA OTRA VEZ

De todos modos, ya casi no quedan venados, ni pescados de buen tamaño. Los magueyes son cada vez más difíciles de encontrar, aunque solamente se reconoce oficialmente que algunas especies son las que se encuentran en riesgo. En cuanto a los guarijíos, aunque la mayoría ya tienen tierras, escuelas, clínicas, electricidad, agua en las casas, algunos caminos y una larga serie de proyectos productivos; con la construcción de la presa Los Pilares, inaugurada en 2019, siguen viendo como estas promesas cumplidas no han impedido los despojos, pues su monte y su patrimonio biocultural, donde están los magueyes y los venados, se verán irremediablemente afectados. Asimismo, su unidad y persistencia como grupo, pues son varios los que se han visto obligados a migrar, no solo por la pobreza –que sigue arreciando, por la ausencia de fuentes de trabajo-, sino también por la presencia de narcotraficantes y sicarios, que en ocasiones les obligan de nuevo al salto de mata.

Esto puede culminar en alguno de los nuevos asentamientos donde se refugian los guarijíos para poder trabajar y huir de la violencia, como en Fundición, Quiriego, Etchojoa, Villa Juárez, o el caso de la Comunidad San José en San Bernardo, a causa de las rencillas causadas por la presa. Hasta acá se recuerda con nostalgia el eco de una vida que no volverá a ser lo que era nunca más, en aras de eso que hoy se llama progreso, pero que no es para todos, sino para unos cuantos. Los guarijíos, los venados y los magueyes, seguirán anhelando una oportunidad para lograr prosperar en dignidad.

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